Cuando drogarse está pasado de moda

Adicciones

Hace sólo dos años, la mayoría de los jóvenes menores de edad que acudían a nuestra consulta, de entre 14 y 18 años, presentaban un perfil de riesgo de consumo de cannabis, principalmente, a menudo combinado con consumo de alcohol. Era la generación del «cannabis terapéutico», una generación que se había convencido de que fumar una droga «natural» era lo normal y lo lógico ante su sufrimiento generacional, y además, que era más saludable que fumar tabaco, que estaba repleto de sustancias cancerígenas y adictivas añadidas por las compañías tabacaleras; mientras que defendían que fumar porros de cannabis era natural y hasta saludable. La de veces que he escuchado ese argumentario en mi despacho.

Eran unos años de preocupación por el estado de salud de muchos jóvenes, casi preadolescentes, los episodios de brotes y episodios psicóticos se sucedían con frecuencia. Las familias estaban destrozadas. He visto a muchas madres llorar amargamente delante mía impotentes ante la negativa de su hijo a dejar el consumo, con su cabeza plagada de soflamas propagandísticas del consumo de cannabis. He visto a muchos jóvenes ingresar en la planta de psiquiatría de Salud Mental del hospital por el consumo excesivo de cannabis.

Todo pintaba muy mal, y entre colegas llegamos a equiparar esa epidemia del cannabis con la que en los años 80 se llevó una generación por delante de adolescentes con el consumo de heroína.

«Todo pintaba muy mal, y entre colegas llegamos a equiparar esa epidemia del cannabis con la que en los años 80 se llevó una generación por delante de adolescentes con el consumo de heroína.»

Antonio Gijón

Cuando todo va mal, puede ir peor…

En un contexto generacional preocupante por el consumo de cannabis y la proliferación del negocio de la marihuana casi como la única vía de escape para los jóvenes que no encuentran trabajo y no tienen ilusiones, aparece un nuevo fenómeno social que agrava aun más la situación y que puede incluso elevar las cotas de peligrosidad mucho más de lo que ya estaban con el consumo del cannabis.

Me refiero a la llegada de las criptomonedas, que son una extensión actualizada de la clásica ludopatía o adicción al juego patológico. La obsesión de las ‘cripto’ ha sido toda una revolución que en tiempo récord ha conseguido movilizar una enorme cantidad de dinero, proveniente, fundamentalmente de los más jóvenes, que son los que están al tanto de las nuevas tecnologías, que son la plataforma sobre la que se sustentan. En poco tiempo, algunas de las empresas pioneras de las criptomonedas se han situado entre las empresas más rentables del panorama internacional. Sólo hay que ver una carrera de Fórmula 1 para ver que los lugares prominentes de la publicidad eran ocupados por empresas del sector.

Pero no es mi intención hablar del mundo ‘cripto’, de si son o no rentables o fiables, si son una buena inversión, o si serán el futuro. No es mi interés ni mi campo de conocimiento. Mi interés es hablar de cómo han llegado para poner más en peligro la salud mental de nuestros jóvenes, incluso por encima de adicciones tóxicas como el consumo de cannabis o alcohol.

Las criptomonedas son tremendamente adictivas. Su funcionamiento de subidas y bajadas son constantes durante las 24 horas, no hay descanso. Los jóvenes se pasan horas conectado viendo videos en Youtube sobre cómo invertir y cómo conseguir tener éxito en ese mundo. Están obsesionados con las cotizaciones, no duermen, no descansan, no comen, se vuelven agresivos, dejan sus estudios, tienen enfrentamientos con la familia, roban para obtener dinero para invertir, mienten a sus familiares.

«Están obsesionados con las cotizaciones, no duermen, no descansan, no comen, se vuelven agresivos, dejan sus estudios, tienen enfrentamientos con la familia, roban para obtener dinero para invertir, mienten a sus familiares.»

Antonio Gijón

Las criptomonedas no vienen solas, sino acompañadas

Quienes invierten en criptomonedas normalmente también están metidos en el mundo del trading de la bolsa, muy similar, también con alteraciones bursátiles durante 24 horas a nivel internacional. También tienen con frecuencia un problema de adicción al móvil o a las nuevas tecnologías, asociado a una vida muy activa en las redes sociales.

Todo esto genera un cóctel muy peligroso con graves problemas para la salud mental de nuestros jóvenes, que se obsesionan a niveles superiores a los que he visto en aquellos que abusan de sustancias como el cannabis. Mi experiencia es que en algunos casos el nivel de afectación es mayor en este nuevo perfil que en el clásico fumador de cannabis.

El impacto sobre la vida del joven es brutal, pues en poco tiempo terminan abandonando sus estudios para dedicarse a invertir y triunfar en la vida; llevan una vida totalmente desestructurada; no tienen horarios; no se alimentan adecuadamente; están irascibles y tienen enfrentamientos continuamente con sus familiares por este motivo; terminan robando a sus propias familias para tener más dinero para invertir y triunfar.

El resultado es una fuerte descompensación psiquiátrica que puede ser mucho más dañina que el cannabis tradicional.

Antonio Gijón

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