La mentira del «vivir sin dolor»

Psicología

No queremos sufrir dolor. Es lícito. Estamos en nuestro derecho. Tenemos un bombardeo publicitario de una enorme cantidad de productos para combatir el dolor, la mayoría de ellos sin necesidad de receta médica, que se pueden conseguir tanto en farmacias, como en cualquier centro comercial, herbolarios o a través de venta por internet. Los analgésicos son de los productos más vendidos, y prueba de ello es la cantidad de anuncios publicitarios que vemos en los principales medios de comunicación.

Si hay tantos productos y tantas campañas publicitarias destinadas al dolor, es porque hay muchas personas potencialmente interesadas en esos productos, o lo que es lo mismo, hay muchas personas sufriendo dolores y quieren eliminarlos. Hasta aquí todo perfecto, normal y comprensible.

El problema es cuando se desenfoca el problema y se desvía la atención hacia asuntos que no son realmente el problema, ni la solución. El dolor no es el problema. El dolor nos está avisando de que algo no va bien en nosotros y eliminar el dolor tomando algún analgésico o anestésico, sólo eliminará el aviso, pero no el problema real. El dolor es un mecanismo de defensa de nuestro cuerpo para avisarnos de que nos pasa algo y que tenemos que cambiar para no seguir sufriendo o que el problema sea más grave.

Vivimos en una época en la que parece que no podemos tener ningún dolor ni sufrimiento, que no nos podemos permitir perder ni un día de trabajo, que no podemos fallar a nuestras obligaciones, y por ello, tenemos la necesidad impuesta de tomarnos algo que alivie ese dolor y a seguir con nuestra vida. Sin embargo, a largo plazo, seguir con esa estrategia de callar el color y no escucharlo, lo que nos lleva es a desarrollar enfermedades más graves y complejas que ya no se solucionan con un simple analgésico.

Si tenemos un dolor de espalda, quizás antes de tomarnos un analgésico, quizás deberíamos valorar si tenemos posturas adecuadas en el trabajo, si hacemos deporte de forma adecuada y saludable, o si descansamos bien. Quizás tengamos una lesión músculo-esquelética que requiera alguna intervención de un especialista y no únicamente tomar un medicamento para calmar el dolor.

Igualmente ocurre con la ansiedad, el dolor de nuestra sociedad. No queremos tener ansiedad, pero no queremos dejar de llevar una vida ansiógena. ¿Resultado? Cada vez más personas están tomando ansiolíticos y analgésicos de forma habitual para sobrellevar su sufrimiento, pero sin llegar a abordar el problema real, que no es la ansiedad, sino qué la está causando. Un trabajo tóxico, una relación de pareja conflictiva, un estilo de vida poco saludable, el no conseguir objetivos en la vida,… llevan a cualquier persona a sufrir ansiedad, pero tomar un ansiolítico y seguir haciendo lo mismo que hasta ahora, no soluciona nada, y lo que hace es enmascarar ese dolor y cronificarlo a la vez que las causas se agravan y se convierten en problemas mucho más serios y complejos.

«Tomar un analgésico cuando nos duele algo es tan absurdo como tapar con el dedo la luz de reserva de gasolina de nuestro coche y seguir conduciendo ignorándola hasta quedarnos sin combustible y tener una avería mayor»

Antonio Gijón

Yo a mis pacientes a menudo les explico que las emociones son como las luces del salpicadero de nuestro coche, que cuando lo arrancamos se encienden indicando el estado de la batería, el nivel del combustible, la temperatura del motor, la presión de los neumáticos, la velocidad, las revoluciones,…. Cada luz tiene una función, que es avisarnos de que todo está bien, y cuando se enciende una luz avisándonos de que algo pasa y que no va bien, lo que debemos es atender al origen que ha encendido esa luz y solucionarlo.

Por tanto, cuando a nosotros se nos enciende una «luz» en forma de emoción que nos dice que algo va mal, y nos tomamos un analgésico, es similar a cuando se nos enciende la luz de nivel bajo de gasolina y o tapamos con el dedo y seguimos conduciendo ignorando el aviso hasta que nos quedamos sin gasolina y tenemos una avería más grave.

Es mucho más simple tomar una medicación que buscar las causas de nuestra ansiedad, pero a largo plazo tendremos problemas más graves. Hay que valorar si nuestro sufrimiento se debe a problemas familiares, a problemas laborales, a problemas personales, y buscar soluciones, y no solamente callar ese dolor.

Y además, está el tema del cannabis medicinal

Hemos hablado de los fármacos y productos que se venden para calmar el dolor, pero el mejor ejemplo de esto es la implantación cada vez más generalizada del consumo de cannabis, especialmente entre los más jóvenes. El efecto principal del cannabis es analgésico y anestésico, producido directamente por los componentes más importantes de esa planta, como el THC o el CBD. La principal argumentación que hacen los defensores de la legalización de esta droga es precisamente el uso medicinal por sus efectos analgésicos y anestésicos.

Es cierto que el consumo de esta planta tiene esos efectos, pero también tiene otros muchos riesgos añadidos que no son tan deseables y que a menudo se pasan por alto, como estados depresivos, anhedonia, síndrome amotivacional, trastornos psicóticos,… entre otros.

Pero la cuestión es si realmente nuestros jóvenes necesitan consumir a diario una sustancia que tiene efectos analgésicos y anestésicos y qué efectos a largo plazo puede tener sobre ellos si están continuamente bajo los efectos de esa sustancia.

Consumir de forma prolongada sustancias analgésicas, ya sean legales como los medicamentos o productos que se comercializan en los medios, así como drogas ilegales como el cannabis, puede provocar daños como:

  • Disminución de la tolerancia al dolor, con la percepción subjetiva de que cualquier cosa que genera dolor o malestar es insoportable.
  • Ignorar dolencias o lesiones de carácter físico que pueden terminar en problemas graves. Si estamos continuamente anestesiados, no percibimos dolencias que pueden estar relacionadas con enfermedades médicas, que seguirán su curso sin recibir atención médica, hasta que se desarrollan gravemente.
  • Agravamiento de lesiones por no percibir el dolor. Dolores dentales, mandibulares, lumbares, cervicales o musculares están directamente relacionados con malos hábitos o malas posturas, que el dolor normalmente nos avisa de que no son adecuadas y las corregimos. Si no percibimos el dolor, no las corregimos, por lo que se agravan con el tiempo.

El caso extremo de los «zombis de Philadelphia»

Si hay un ejemplo de lo que estoy explicando es precisamente el grave problema que hay en varias ciudades de EEUU, pero siendo en algunas calles de Philadelphia un caso extremadamente gráfico, con los opiáceos y otros analgésicos. Hablamos de cientos de personas deambulando por las calles como si de un decorado de la serie The Walking Dead se tratase, con movimientos estereotipados, deambulando sin sentido, sucios, con posturas imposibles y haciendo cosas como si realmente estuviesen trabajando cuando no están haciendo nada.

Lo más triste es que muchas de éstas personas no responden al perfil habitual del drogodependiente que comúnmente conocemos que empieza a consumir drogas desde joven por influencia de sus malas amistades, y que toma muy malas decisiones en su vida y termina enganchado a la heroína o al alcohol y perdiendo a su familia, su trabajo, y todo lo que había soñado alguna vez.

Hablamos de personas que tenían una vida que podemos entender como «normal», con sus trabajos, su hipoteca, su familia, su coche,… pero que sufrieron algún tipo de lesión y su médico le empezó a recetar analgésicos para controlar el dolor en vez de hacer una intervención médica para eliminar la causa del dolor. Lo que ha pasado es que esas personas se han hecho gravemente dependientes de los analgésicos, cada vez más fuertes, siendo el fentanilo el más frecuente y poderoso, que buscan ya sea por receta o en el mercado negro, donde lo consiguen fácilmente y a precios bastante más bajo que otras drogas como la cocaína.

Estar bajo los efectos de un analgésico tan fuerte les impide sentir ningún tipo de dolor, hasta el punto que incluso ni detectan señales de funciones básicas como el hambre o el sueño. Y es muy frecuente verlos en posiciones imposibles de mantener para cualquier persona porque enseguida aparecen dolores graves, pero que ellos, al no sentir el dolor, mantienen la postura durante horas, ocasionándose graves lesiones musculares y en la columna y rodillas.

Cuando dejan de tomar el analgésico, sufren un síndrome de abstinencia brutal y aparecen todos los dolores de repente, lo que les lleva a buscar de forma inmediata más analgésicos para calmar el dolor. En EEUU este problema se está convirtiendo en grave problema social de difícil solución.

Antonio Gijón

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